Con la escarapela siempre tuve problemas. Si lograba escabullirme en mi casa, me agarraban en el micro o en la escuela. No entendía porqué era obligatorio llevarla.
También recuerdo cómo me retaban cuando los acordes del himno me invitaban a bailar. Con el tiempo aprendí a bailar sólo con un pie para que nadie se diera cuenta.

Ya de adolescente, pude armarme de variadas explicaciones, que sólo servían para no quedarme callada mientras hacía lo que se debía: usar escarapela, quedarme quieta mientras cantaba, poner cara solemne ante la bandera… Seguía sin entender.
Después vinieron tiempos terribles. Como una pesadilla, las banderas, escarapelas e himnos empezaron a perseguirnos. Ahí, lo que logré entender me dejó un poco más inquieta… y paralizada.
A principios del 2008 y en pleno conflicto de la resolución 125, empecé a ver banderas y escarapelas delante de ciertos gritos y amenazas que volvieron a estremecerme. Esa vez sentí indignación: se estaban apropiando de algo que, ¿era mío?…


Ahora uso escarapela con honor, me emociona la bandera flameando pero, les confieso: con el himno, sigo bailando…
Pato Peirano